La lectura nos hace saber
que la noción empírica de “niño” ha cambiado con las épocas y varía por las
culturas. Antes del s. XVII cuando se acuñó el término referido como “niño” o
“bebé” hasta el s.XIX, limitando entonces la edad, la distinción se hacía más
por el grado escolar. Las mismas clases escolares sirvieron para hacer la
distinción de las edades. En muchos pueblos, la frontera de la adolescencia no
estaba clara, cambiaba mucho según la cultura. Lo que se puede llamar pubertad
en dichos pueblos es un acontecimiento social, y existen ceremonias que
celebran el reconocimiento de una nueva situación: el inicio de la
adolescencia. Vemos entonces que no se trata tanto del nuevo estado físico, sino
del nuevo estado social, correspondiendo a un orden cultural. Pero a pesar de
la diversidad cultural, la naturaleza biológica también puede variar respecto a
un sujeto, tal es el caso del crecimiento físico en la adolescencia. En las
primeras edades, crecimiento físico presenta cierta regularidad. Por eso es que
es tan fácil guiarse del aspecto físico o el traje de vestir para identificar a
un niño, aunque pueda ser engañoso. Cada época tiene su propia percepción de
identificación del niño.
En un complejo de criterios
biológicos y sociales, donde predominan más los últimos y están relacionados, la
noción de la infancia es una estructura social de base biológica y física, con
un carácter de independencia de la noción social conforme se avanza en edad. La
noción de adolescencia va más allá de un carácter físico, por lo que pareciera
que existe una infancia social y otra biológica.
El problema de la distinción
entre los criterios de “niño” y “adulto” puede abordarse a través de los
estereotipos de orden social que pueden modificarse conforme se transmiten en
generación en generación. La noción de “niño” se adquiere con la experiencia,
tanto del contacto con otros niños como el uso del lenguaje, y bajo la presión
social la noción se estabiliza. Pero esta noción varía de acuerdo no sólo a la
cultura si no a un nivel individual. La concepción que se tiene acerca de
alguien que “ya es un hombre” difiere en una dualidad de factores fisiológicos
y factores sociales.
El niño, considerado
erróneamente como un “pequeño hombre”, es en realidad un ser que recibe
caracteres sociales, humanos, siendo que
puede ser educado, ésta es la diferencia esencial entre el niño y la cría de
cualquier otro animal. Puede usarse la expresión de “hombre pequeño” si tomamos
en cuenta no los caracteres biológicos si no sociales, una metáfora del camino
que debe recorrer para insertarse en sociedad.
Pero visto desde el punto de
vista biológico, vemos que la noción de maduración biológica que proporciona
una dinámica de factores dados, que llevan incluso los procesos psíquicos a
otro nivel de los propiamente fisiológicos.
Desde tiempo atrás, se dice
que la infancia sería el periodo donde el niño acumula conocimientos y
conductas necesarios para el adulto, pero hay que decir, se exagera la duración
de la infancia y además no está tan determinada por la estructura del
organismo, influyendo por ejemplo, el factor de nutrición. La sociedad prolonga
la infancia por encima de la madurez biológica.
Podemos decir también que el
niño está de cierta manera domesticado, ya que es alguien que ha aprendido
comportamientos para los cuales puede desempeñar un papel, realizar una
función, a expensas de las intenciones del adulto, viéndolo más como una
“prolongación” de sí mismo. No se debe confundir esta perspectiva y comprarla
con la esclavitud, más bien, habría que decir que es un proceso de “socialización”.
Aunque la lectura menciona
que el término socialización está mal expresado, ya que no se trata de un ser
que haya sido asocial, si no un ser que cambia de estatus social, a pesar de
que la instauración de la sociedad en la consciencia tome unos años, mientras
tanto se da la sociabilidad de un modo “animal”. Así, es mejor emplear el
término “humanización”. No ha de confundirse con “hominización”, el proceso
evolutivo del desarrollo desde un contexto histórico, donde se presume también
acerca de que los antepasados han hecho de la sociedad lo que es a través de
ese espíritu que impulsa hacia adelante. Entre los procesos de hominización y
humanización, ambos sugieren siempre emprender intencionalmente el cambio,
conquistar, ir hacia adelante.
Desde el nacimiento, tenemos
ya señalado el grupo social. La imitación será el modo en el que se comenzará
la interacción, se desprende entonces, por ejemplo, el lenguaje y la
vocalización en base a una lengua. Para la imitación se distingue un nivel de
imitación que es propiamente humano: el deseo de superación, de ser como el
adulto. Por esto decimos que el niño es un candidato a la vida adulta.
Lo complicado de explicar al
hombre y al niño es precisamente que tienen por modelos a los mismos adultos, y
sus acciones. No es fácil si tenemos en cuenta que cada modelo varía según la
cultura. Un modelo puede ser sólo igualado, pero jamás superado, y si es
rechazado es porque existe una contingencia que mueve ese sistema de referencia
(puede ser incluso otro sistema de referencia), que implica su juicio y
separación, la movilidad del sistema de referencia es significado de
superación, un movimiento hacia adelante, que caracteriza la conciencia humana.
No es posible entender la diversidad de reacciones de los individuos frente a
diversos modelos si no se hace intervenir este elemento de movilidad. La
humanidad se ve sumida en la animalidad, y necesita un “más allá”, un
pensamiento dinámico, dar paso a una superación, que viene al humano de un
factor específico que no es totalmente biológico.
Bibliografía
Chateau, J. (1972) ¿Qué es
la infancia? En R. Zazzo y H. Gratior-Alphandéry. Tratado de psicología del niño. Tomo 1: Historia y generalidades. Cap.
2.
Madrid: Morata.
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