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lunes, 14 de mayo de 2018

Análisis "¿Qué es la infancia?" de Jean Chateú


La lectura nos hace saber que la noción empírica de “niño” ha cambiado con las épocas y varía por las culturas. Antes del s. XVII cuando se acuñó el término referido como “niño” o “bebé” hasta el s.XIX, limitando entonces la edad, la distinción se hacía más por el grado escolar. Las mismas clases escolares sirvieron para hacer la distinción de las edades. En muchos pueblos, la frontera de la adolescencia no estaba clara, cambiaba mucho según la cultura. Lo que se puede llamar pubertad en dichos pueblos es un acontecimiento social, y existen ceremonias que celebran el reconocimiento de una nueva situación: el inicio de la adolescencia. Vemos entonces que no se trata tanto del nuevo estado físico, sino del nuevo estado social, correspondiendo a un orden cultural. Pero a pesar de la diversidad cultural, la naturaleza biológica también puede variar respecto a un sujeto, tal es el caso del crecimiento físico en la adolescencia. En las primeras edades, crecimiento físico presenta cierta regularidad. Por eso es que es tan fácil guiarse del aspecto físico o el traje de vestir para identificar a un niño, aunque pueda ser engañoso. Cada época tiene su propia percepción de identificación del niño.

En un complejo de criterios biológicos y sociales, donde predominan más los últimos y están relacionados, la noción de la infancia es una estructura social de base biológica y física, con un carácter de independencia de la noción social conforme se avanza en edad. La noción de adolescencia va más allá de un carácter físico, por lo que pareciera que existe una infancia social y otra biológica.

El problema de la distinción entre los criterios de “niño” y “adulto” puede abordarse a través de los estereotipos de orden social que pueden modificarse conforme se transmiten en generación en generación. La noción de “niño” se adquiere con la experiencia, tanto del contacto con otros niños como el uso del lenguaje, y bajo la presión social la noción se estabiliza. Pero esta noción varía de acuerdo no sólo a la cultura si no a un nivel individual. La concepción que se tiene acerca de alguien que “ya es un hombre” difiere en una dualidad de factores fisiológicos y factores sociales.

El niño, considerado erróneamente como un “pequeño hombre”, es en realidad un ser que recibe caracteres sociales,  humanos, siendo que puede ser educado, ésta es la diferencia esencial entre el niño y la cría de cualquier otro animal. Puede usarse la expresión de “hombre pequeño” si tomamos en cuenta no los caracteres biológicos si no sociales, una metáfora del camino que debe recorrer para insertarse en sociedad.
Pero visto desde el punto de vista biológico, vemos que la noción de maduración biológica que proporciona una dinámica de factores dados, que llevan incluso los procesos psíquicos a otro nivel de los propiamente fisiológicos.
Desde tiempo atrás, se dice que la infancia sería el periodo donde el niño acumula conocimientos y conductas necesarios para el adulto, pero hay que decir, se exagera la duración de la infancia y además no está tan determinada por la estructura del organismo, influyendo por ejemplo, el factor de nutrición. La sociedad prolonga la infancia por encima de la madurez biológica.

Podemos decir también que el niño está de cierta manera domesticado, ya que es alguien que ha aprendido comportamientos para los cuales puede desempeñar un papel, realizar una función, a expensas de las intenciones del adulto, viéndolo más como una “prolongación” de sí mismo. No se debe confundir esta perspectiva y comprarla con la esclavitud, más bien, habría que decir que es un proceso de “socialización”.
Aunque la lectura menciona que el término socialización está mal expresado, ya que no se trata de un ser que haya sido asocial, si no un ser que cambia de estatus social, a pesar de que la instauración de la sociedad en la consciencia tome unos años, mientras tanto se da la sociabilidad de un modo “animal”. Así, es mejor emplear el término “humanización”. No ha de confundirse con “hominización”, el proceso evolutivo del desarrollo desde un contexto histórico, donde se presume también acerca de que los antepasados han hecho de la sociedad lo que es a través de ese espíritu que impulsa hacia adelante. Entre los procesos de hominización y humanización, ambos sugieren siempre emprender intencionalmente el cambio, conquistar, ir hacia adelante.

Desde el nacimiento, tenemos ya señalado el grupo social. La imitación será el modo en el que se comenzará la interacción, se desprende entonces, por ejemplo, el lenguaje y la vocalización en base a una lengua. Para la imitación se distingue un nivel de imitación que es propiamente humano: el deseo de superación, de ser como el adulto. Por esto decimos que el niño es un candidato a la vida adulta.

Lo complicado de explicar al hombre y al niño es precisamente que tienen por modelos a los mismos adultos, y sus acciones. No es fácil si tenemos en cuenta que cada modelo varía según la cultura. Un modelo puede ser sólo igualado, pero jamás superado, y si es rechazado es porque existe una contingencia que mueve ese sistema de referencia (puede ser incluso otro sistema de referencia), que implica su juicio y separación, la movilidad del sistema de referencia es significado de superación, un movimiento hacia adelante, que caracteriza la conciencia humana. No es posible entender la diversidad de reacciones de los individuos frente a diversos modelos si no se hace intervenir este elemento de movilidad. La humanidad se ve sumida en la animalidad, y necesita un “más allá”, un pensamiento dinámico, dar paso a una superación, que viene al humano de un factor específico que no es totalmente biológico.

Bibliografía
Chateau, J. (1972) ¿Qué es la infancia? En R. Zazzo y H. Gratior-Alphandéry. Tratado de psicología del niño. Tomo 1: Historia y generalidades. Cap. 2. Madrid: Morata.  

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